Siento no haber podido publicar durante el mes pasado pero os remito un pequeño trabajo que espero que leáis con atención y sea de vuestro agrado.
Es mi deseo compartir mis
investigaciones y que, al término de este trabajo, hayan adquirido el
convencimiento de que aún quedan muchas cosas por desentrañar de nuestra
historia, de nuestro pasado, en definitiva, de nuestra ciudad de Plasencia.
Si bien es cierto que los
“hechos históricos” son una producción historiográfica en el sentido de que no
existen en estado puro sino que son creados por el historiador en su proceso de
trabajo, a partir de aquello de lo que las fuentes le informan; Información
que, por otra parte, es obtenida a través de la interacción que ambos
elementos- historiador y fuente establecen desde sus respectivas posiciones (Bermejo, J.C.,
1987, pp.75-104) y en esta
reflexión hacerles llegar hoy aunque sea en pinceladas históricas, momentos que
quedan reflejados en esta época del siglo XIV, sin duda un siglo difícil en
todos los sentidos, económicos, políticos, sociales... y más si cabe, cuando el
ideal caballeresco ha cambiado una vez que las grandes conquistas militares han
terminado y ahora estos mismos caballeros, miembros de un linaje vuelcan sus
ojos a los cargos que hasta ahora habían ocupado las gentes que el “común”
elegía en sus respectivas colaciones o parroquias ( San Martín y el Salvador),
creando un patriciado urbano a finales de este siglo y contando además con la
Instauración por parte del rey castellano Alfonso XI del regimiento(45 de San
Esteban) que llevaría a la nobleza placentina a un continuo enfrentamiento de
intereses como veremos.
El siglo comienza para nuestro concejo con unos
enfrentamientos por conseguir espacios en donde poder obtener nuevas fuentes de
ingresos, nuevos mercados y para ello, tendrían que chocar con una orden
militar que controlaba el puente en donde se bifurcaban dos de las más
importantes vías de penetración hacia el norte de nuestra región, una hacia el
puerto de Jalama ( la Vía Dalmacia) y la otra hacia Honduras (Vía de la Plata),
éste era el puente de Alconétar, que en esta fecha de inicios del siglo XIV,
estaba bajo la tutela de la Orden del Temple, quienes de su transitada vía
obtenían pingüe beneficios, citemos algunos
de los impuestos de montazgos que percibían además de los de portazgos:
1 caballo por cada 5000 que
pacían en sus cañadas.
1 maravedí de oro por cada
5000 ovejas.
1 maravedí de oro por cada 50
vacas.
Indiscutiblemente la rivalidad con la otra orden, la de
Alcántara que tenía bajo su control toda la amplia zona oeste de nuestra
región, pleiteaba por hacerse con la única encomienda templaria que quedaba
tras la toma de Alcántara por parte de ésta y de los concejos de Badajoz,
Cáceres y Plasencia. Por este cúmulo de intereses nos veríamos envueltos en
unos enfrentamientos directos entre el concejo placentino y los comendadores
templarios del puente de Alconétar que tantas muertes ocasionaron, y que el rey
Sancho IV tuvo que emitir a finales del siglo XIII un diploma disponiendo el
terreno que cada una de las partes había de poseer y los límites que señalaba
para quitar contienda entre el concejo placentino y los Templarios de
Alconétar.
Esta
orden, reclamaba del concejo placentino dos casas que poseía en la ciudad,
casas que debían estar situadas cerca de la puerta de Coria al ser esta unas de
las zonas de primera construcción y mirando hacia el núcleo más cercano a esta
ciudad placentina.
La investigación histórica estriba en descubrir
si esta reivindicación por parte de los templarios eran ciertas y de ser así
habríamos de estudiar también hasta qué punto la iglesia de Santa Magdalena
puede desentrañar algunas verdades o equivocaciones con respecto a sus
peticiones, la hipótesis de trabajo no está en hacer creer que esta iglesia sea
o no templaria, sino que necesitamos investigar su construcción, sus
paramentos, su bóveda y otros elementos constructivos para clarificar aún más
su origen, dadas la peculiaridades que tienen y su antigüedad, piensen que
hasta el siglo XVIII esta iglesia ha tenido culto y servicio así como capellán.
Este
largo proceso acabará tras la disolución de la orden en 1310 pero el puente y
todo su alfoz pasará años más tarde, concretamente el 18 de septiembre de 1327
a la orden de Alcántara.
Con
respecto a su disolución del Temple diremos que el Papa Clemente V ordenó a los
metropolitanos de Toledo, Sevilla, Santiago y Lisboa que se reuniesen en
concilio provincial, aunque más bien fue una reunión, para indagar sobre la
conducta de los templarios, con facultad de procesarlos y prenderlos, si se les
consideraban culpables, puesto que habían sido acusados ante el pontífice de
gravísimos crímenes. En cumplimiento de lo prescrito, el 21 de octubre de 1310
se reunieron en Salamanca el arzobispo de Santiago de Compostela y los obispos
de Lisboa, Guarda, Zamora, Ávila, Ciudad Rodrigo, Plasencia (don Domingo)
Mondoñedo, de Astorga, de Tuy y de Lugo. En donde compareció el maestre del
Temple en los reinos de Castilla y León, Fray Rodrigo Yánez junto con los
principales de su orden. Tras una serie de investigaciones la asamblea
provincial declaró que no encontraban culpabilidad en ellos y, aunque según la
comisión pudieran absolverlos, por la reverencia del superior, remitían al Papa
la sentencia. (González Cuesta, F. 2002)
Sin lugar a duda esta disolución tenía más una finalidad
económica y política que social. Al final la gran beneficiada de esta
disolución sería sin lugar a duda la orden de Alcántara.
Otra
orden de caballería, la de Calatrava, ocuparía una gran parte del alfoz
placentino ya mediados el siglo XIII al no contar Plasencia con la suficiente
población para poblar la zona comprendida entre Mirabel y Grimaldo, aunque la
jurisdicción siguió perteneciendo al concejo placentino.
En otro orden de cosas diremos que la Edad
Media encierra profundas y auténticas raíces de nuestro pueblo, entre las que
destacan las aspiraciones de la comunidad ciudadana a participar en la
administración de sus bienes, que la nobleza placentina en general, fue una
nobleza de segunda fila, es decir, no llegó a ocupar los altos puestos de la
nobleza de España; sin embargo, ocupa un puesto destacado en la historia
interna de esta ciudad y de esta región, o como otras muchas, que sin ellas, las
de linajes más antiguos, no hubieran podido llegar a ocupar el escalafón social
que les destaca. Además, nuestros hombres como otros muchos, han contribuido a
hacer la historia que pocas veces se escribe y que tanto hizo con su esfuerzo,
capacidad de lucha, sacrificio y tenacidad en la historia común de un pueblo
como el placentino. Así la ciudad y en sus primeros años en la vida del siglo
XIV estaba marcada por la presencia de familias nobles, como los Monroy, los
Almaraz, los Paniagua, Loaisas, Stúñigas, Villalobos y Carvajal que formaban el
núcleo dirigente tanto del concejo como del cabildo catedralicio. Placentinos y
placentinas como Doña Isabel de Almaraz que casó con Fernán Rodríguez de Monroy
de quien proceden los condes de Oropesa y los señores de Monroy y muchos Rodríguez de Salamanca, como los
regidores de Plasencia Juan Fernández, Pedro Sánchez de Grimaldo que también
recibiría las Corchuelas y el castillo
de Almonfragüe, descendientes importantes de éste son los Bermúdez de Trejo,
Fernán Pérez del Monroy, Fernán Pérez del Bote quién recibiría de Fernando IV,
el señorío de Belvís, que se convertiría en Mayorazgo en 1329 con Alfonso
Fernández de Belvís, Juan Alfonso de Almaraz fundador del mayorazgo de Belvís,
Deleitosa, Fresnedoso y Mesas de Ibor, en 1329 debido al casamiento con Teresa
Alfonso del Bote, última de esta familia en Plasencia, este don Juan Alfonso de
Almaraz se distinguiría al servicio del rey Alfonso XI en el sitio de Algeciras
en 1343. Ruy Gómez, Durán Martínez, uno de ellos, concretamente Juan Fernández
y Miguel Sánchez en el año de 1339 fueron a las cortes que convocó el Rey D.
Alfonso XI en Madrigal. Así mismo, un miembro de la familia Villalobos de
Plasencia fue coadjutor en 1342 de don Fabrique comendador mayor de León este
fue Don Fernán Rodríguez de Villalobos. (Archivo Histórico catedralicio de
Plasencia, legajo 98, ext. 38)
No podemos pasar por alto algunos de los más ilustres
placentinos y que tanto hicieron por esta ciudad en sus primeros siglos de
vida, citaremos aunque sea de pasada a D. Nuño Pérez de Monroy, abad de
Santander, Arcediano de Trujillo y de Campos, que llegó a ser Canciller de la
reina doña María de Molina, esposa de Sancho IV y regente durante las minorías
de su hijo Fernando IV, el abad de Santander salvaría la vida al infante, por
lo cual recibiría la aldea de Valverde, señorío al que se unen Madrigal,
Tableruela, Viandar y Jarandilla, consejero también de Alfonso XI. Destaca
asimismo su hermano don Fernán Pérez del que ya hemos dado constancia y al que
el rey Fernando IV en 1309 le da el privilegio de poblar con cien vecinos el
cortijo de Monroy, está enterrado en San Nicolás en 1351. D. Diego González de
Carvajal, según podemos leer de los legajos 98, extensión 23 página 41 y legajo
98 extensión 31 página 9 del Archivo Histórico Catedralicio de Plasencia dice
así: “Diego González de Carvaxal vecino de la ziudad de Plasenzia casó en dicha
ziudad con doña Sevilla López de Villalobos hixa de Garzí López de Villalobos,
quien fue al primer caballero de este apellido que izo asiento en Plasenzia se
entiende de los de esta línea y el Villalobos tiene los señoríos de la casa de
Grimaldo, porque otros Villalobos ai que unos y otros son muy grandes
caballeros vinieron a esta ziudad de Plasencia mucho tiempo antes que Garzi
López el cual vino a esta ciudad por tutor de Fernán Rodríguez de Villalobos
comendador que fue de fuentidueñas en la orden de calatrava y después maestre
de Alcántara”. Este don Diego González de Carvajal fue alcalde en 1392 y
miembro del concejo placentino formando de esta manera parte de los doce
caballeros del concejo (legajo 98, ext. 38 y 39)
Al estudiar esta nobleza extremeña y en concreto la
correspondiente a la alta Extremadura, lo primero que descubres es la de estar
fuertemente jerarquizada, entremezclada en una red social, cuyos miembros están
unidos por la sangre, por ser clientes, por tradición familiar y con un
objetivo claro, no siempre cumplido, como es la unidad. Así podemos
contemplarlo en los cientos de blasones heráldicos de nuestra ciudad que da la
impronta de haber marchado hechos importantes.
Así aparecería en las fuentes castellanas el término
“linaje” refiriéndose a amplias agrupaciones de unidades familiares (bandas –
linajes locales) ( J. Mª Monsalvo, 1988, p. 167). Esta unidad tiene un claro
objetivo el hacerse con los órganos de poder, tanto civiles como eclesiásticos
y no sólo en copar puestos de relevancia política y social, sino también
económica a través de mecanismos para que se produjese un concentración patrimonial
que garantizase la permanencia de la familia en el nivel aristocrático ( M.
Ladero Quesada, las ciudades de la corona de Castilla en la Baja Edad Media
(siglos XII al XV. Madrid 1996, p. 36). Así la nobleza no tuvo ningún reparo en
ir acomodando a sus hijos en cabildos y monasterios, como tampoco tuvo
inconveniente en adjudicar una o más parroquias a sus hijos, valiéndose del
derecho de patronato ( Wilchelm Neuss. 1961. p. 435 y SS.)
Por consiguiente la única posibilidad de sobrevivir en
consideración social era el poseer y mantener la influencia sobre el órgano
municipal concejil y cabildo catedralicio, para ello y en una maltrecha
economía motivada por las malas cosechas, hambrunas, epidemias y guerras de
este siglo XIV era el formar bandos o linajes así aparecerían en nuestra ciudad
en esta centuria y posteriores los Monroy- Almaraz, Carvajales – Girón, Quijada
– Almaraz, Vargas- Carvajal, Trejo – Nieto, Loaisas – Yangüas, etc.
Al término de este siglo muchas de las familias de la
alta nobleza o “nobleza vieja” quedarían extinguidas y otras muy pocas se
incluirían en la nueva nobleza “trastámara”, familias desaparecidas: Aguilar,
Haro, Castro, Lara entre otras treinta, esta última por extinción biológica.
Las causas entre otras muchas: la paralización de la reconquista que hizo
desaparecer perspectivas de enriquecimiento, el que todavía no estuviese
presente la práctica del mayorazgo, las consecuencias de las crisis económicas
y las pestes de este siglo, los estragos de algunas campañas sangrientas como
las de Alfonso XI y posteriormente Pedro I, las persecuciones de este monarca
que ocasionaron la desaparición de linajes enteros como los Haro, Meneses y
Lara y también el exilio de familias petristas tras el advenimiento de Enrique
II ( M.C. p.180).
ESTRUCTURA DE LA POBLACIÓN.
La iglesia no fue indiferente a la situación social,
económica y política de este siglo. Ésta ocupó un puesto repoblador en la
región extremeña conjuntamente con los señoríos de las Ordenes Militares y los
respectivos concejos extremeños.
A ella también le movió el móvil económico y político en
un afán de conseguir patrimonio territorial y urbano sobre todo en el tiempo de
las grandes conquistas peninsulares y una vez alcanzados sus objetivos, el
cabildo, se convertiría en una entidad jurídica distinta de la curia episcopal.
Se especializará y se desvinculará del resto de los laicos. Ellos se
distribuirán los puestos de preponderancia social y económica dentro de la
diócesis placentina, muchas veces, distante de su verdadero sentido espiritual.
Cargos que percibían una remuneración por sus funciones,
el obispo que a su vez nombraba a los arcedianos: Plasencia - Béjar, Medellín,
Trujillo, etc., el deán o chanter que ya se había consolidado en este siglo y
cuya función era organizar el coro canonical, repartir responsabilidades
oficiales del cabildo y canciller de los documentos oficiales del cabildo,
éstos dos puestos eran designados por los canónigos. Las disputas entre el
primero y estos segundos serían a lo largo de la historia de nuestra ciudad
manifiestas, como así se recogen en los libros de actas capitulares. El
tesorero formaba parte de estas dignidades como así se denominaban. En un
escalafón inferior estarían los racioneros y canónigos.
En cuanto a la población civil tendríamos que comenzar
por la formación del concejo placentino que estaría formado por:
2 alcaldes, 1 juez, 2
alguaciles, 2 mayordomos, 1 pregonero, 2 escribanos, todos estos cargos eran elegibles
por las colaciones o parroquias de nuestra ciudad mientras el concejo fue
abierto, aspecto este que duraría poco dado el objetivo primordial de la
monarquía que era incrementar su control y convertirse en una monarquía
autoritaria y para lograrlo entre otras cosas nombraría la figura primero de
los regidores y posteriormente de los corregidores. Así y desde 1346 el rey
Alfonso XI, además de los cargos enunciados nombraría 12 regidores entre
caballeros y escuderos de la ciudad y que estaba al cargo de los asuntos de la
hacienda real, percibiendo por ello, no sólo reconocimiento real sino un número
considerable de rentas no sólo en tierras sino también en numerario. Así en el
siglo XV su sueldo era de 3.000 maravedíes anuales y como les parecía poco los
viernes cuando se reunían en el concejo placentino se repartían 300 maravedíes
de la renta de la ciudad.
Estas dignidades civiles y religiosas ocupaban el
escalafón más alto de nuestra ciudad, por debajo de ellos estaban un gran
número de vecinos distribuidos en oficios y por calles, buena prueba tenemos en
las nomenclaturas de calle de nuestra ciudad que indican una gran cantidad de
oficio y menesteres, también existía una población flotante de transeúntes o
forasteros que se les llamaba francos, así como un número indeterminado de
judíos y moriscos que fue fluctuando sobre todo estos últimos a medida de las
circunstancias políticas. Así podemos observamos como existía un elevado número
de ellos en Plasencia cuando esta ciudad pasó a ser de señorío bajo los
Zúñigas, mientras que los primeros no fueron nunca muy elevados en número, pero
si ocupaban puestos de gran responsabilidad como contadores, prestamistas,
galenos etc.
Pero siempre estas comunidades judías y mudéjares se
constituyen en propiedades privadas del rey, por eso, éste protege a estas
minorías y a cambio percibe impuestos (pechas y servicios). Además, eran
minorías no exentas de peligro como se demuestra en el concilio de Vienen de
1311 y mantenidas sus tesis en el concilio de Zamora de 1312 en donde se afirma
que la presencia judía era un peligro muy grave para la convivencia cristiana,
debido a las tensiones internas dentro de las aljamas. Aparecerá también el
odio de los cristianos hacia los judíos ya que en ellos confluye un tipo de
doctrina que los historiadores denominan como un “máximo religiosa” consistente
en afirmar que la confesión de una comunidad es obligatoria para todos los
miembros.
Por ello no era de extrañar que en esta época de crisis
institucional y social los enfrentamientos entre judíos y cristianos se
esgrimen únicamente en principios religiosos y más cuando Pedro I admite en su
corte a judíos relevantes a pesar de la hostilidad del pueblo mostrando este
monarca de esta forma su idea centralizadora y personalista.
El año
1391 ve desatarse las crueles e injustas
matanzas que asolan las juderías de Castilla, Cataluña y Valencia, en las que
perecen miles de judíos. La presión antijudía se concreta con violencia en el
siglo XV y se obliga a los judíos a llevar distintivos en la ropa. Las
predicaciones de san Vicente Ferrer, la disputa de Tortosa entre judíos y
cristianos y la Bula de Benedicto XIII, el Papa Luna, contra los judíos,
aceleran la destrucción del judaísmo español. Las predicaciones del arcediano
de Écija, Ferrán Martínez, fanatizan a las turbas que asaltan las juderías y
dan muerte a miles de judíos.
Lo ocurrido, al decir de López
de Ayala, “fue cobdicia de robar, segund paresció, mas que devoción”.
El cómo afectó estos sucesos históricos a nuestra ciudad
al no poseer muchos documentos escritos es difícil de calibrarlo, pero si
podemos aventurar una hipótesis de trabajo consistente en averiguar si esta
pudiese ser cierta, en primer lugar, no nos cabe la menor duda que la llegada a
Plasencia de los judíos ser realiza ya desde sus inicios como urbe al venir
acompañando a nuestro fundador el rey de Castilla D. Alfonso VIII, siendo su
médico personal de esta comunidad. Segundo que su instalación en la parte
izquierda de la llamada primera fortaleza la “Mota” sobre lo que hoy es San
Vicente Ferrer, tampoco nos cabe la menor duda ocupando la calle Ancha, desde
la puerta Trujillo hasta la de Coria y tercero lo que conlleva a nuestra
hipótesis de trabajo es que podemos apreciar una ubicación distinta ya en los
inicios del siglo XV, esta se refiere a la zona comprendida entre el cañón del
Marqués y la puerta Berrozana, ocupando la totalidad de la calle Zapatería y
plazuela de Ansano en donde estaría la sinagoga, documentos que confirman estas
circunstancias y que dan a conocer
compras de inmuebles e indicaciones de oficios como se pueden leer en
algunos de los documentos históricos encontrados en el Archivo Catedralicio
Placentino, ¿Este cambio de ubicación se produjo tras el levantamiento en
contra de esta comunidad hebraica?, lo que sí es cierto es que su último lugar
de habitación estuvo fuera de las murallas en el lugar conocido como el
“Berrocalillo”, ya en tiempos de los Reyes Católicos.
Por ultimo otro de los temas en investigación por mi
parte es algo que se venía hablando en diversos foros de investigadores sobre
la esclavitud en Castilla durante la Edad Media, tema este que Plasencia no
está exenta ya que he podido cotejar la existencia de esclavos en nuestra
ciudad, como se documenta en el testamento de doña Sevilla López de Carvajal
(que aquí presentamos) y que ocuparon el último puesto de la sociedad.
Texto extraído del Archivo
Histórico Provincial de Cáceres.
El cambio de dinastía que se produjo tras la muerte de
Pedro I en Montiel el año de 1367 por mandato de su hermano Enrique II el de
las Mercedes, ocasionó levantamientos, motines, luchas y muertes en nuestra
ciudad voy a referir estos hechos de nuestra ciudad tal y como se transcriben del
legajo 98, extensión 38 del archivo histórico catedralicio de nuestra ciudad,
dice así:
“Estando los poderosos en
Malpartida vinieron a consejo, cerraron las puertas y no dejaron más que dos
abiertas la de Talavera y la de Berrozana, envió el condestable Juan Fernández
de Roa y otros alcaldes y no los quisieron recibir y rondaban la ciudad decía y
decían era para el servicio del rey no salía ni entraba sino es quien quisiera
ni abrían las branzas hasta las 9 y cobraban a las puertas tributos. Dieron licencia
a Gutierre González para derribar sus casas en la calle del Rey, para llevar la
madera a Grimaldo. Arrendó las barcas de Albalat a Fernán Rodríguez que
debiendo llevar a dos blancas ( equivalen a ½ maravedí) llevaba a dos o tres
maravedíes y todas las guardas y términos eran suyos y por esto se adelantaron
en Almaraz, Bote Belvis, Maríabuena, berzocana y otra heredad de Tello Díaz de
Vega, siendo estos lugares términos de la ciudad y saquearon las casas y
palacios de García de Toledo señor de Oropesa eran los que esto hicieron Diego
Gómez de Almaraz, Gutierre González de Trejo, Fernán Rodríguez de Monroy, Tello
Días de Vega, Ruy Pérez de Villalobos y Diego González de Carvajal. Cuando
hacían regimiento en San Esteban llevaban hombres armados para que no les
contradijeran, pero ellos contradecían el poder de los alcaldes. El bachiller
Hernán Núñez procurados del común y tierra y López Ortiz y Gil Fernández,
regidores.