DON ALFONSO
VIII, REY DE CASTILLA Y LA LEYENDA DE LA JUDÍA FERMOSA, CONOCIDA COMO "RAQUEL".
Hace ya algún tiempo, cuando estaba
inmerso en esta historia recordé que ésta había de escribirla con pinceladas
cortas, dando a cada una de ella, el trazo y la forma precisa y siendo fiel al
objeto que quería representar sino uno podría caer fácilmente en embellecerla
según mi idea o modo de verla, por este motivo, he querido ser honesto con las
opiniones plasmadas mucho antes por personas muy relevantes en el mundo de la
historiografía más reciente y relatarles una de las historias tan bien trazadas
por los enemigos de nuestro rey castellano Alfonso VIII, que incluso hoy, se
duda de que no fuera verdad, aunque hayan pasado más de 800 años. Sin embargo
en estos tiempos parece que todo lo antiguo y sobre todo la Edad Media, ha
tomado un gran auge por la aparición de tantos libros que algunos, (los menos,
afortunadamente), escriben contando historias de reinos y hazañas que nunca han
existido, caballeros victoriosos de no sé qué batallas, obispos y abades
misteriosos con secretos bien guardados, tesoros por descubrir, relaciones
desconocidas entre la astronomía y el arte y un sin fin de no sé que cosas más,
¡hasta el cine! retoma el gusto por lo épico.
En cambio, los que intentamos
estudiar los legajos antiguos, descifrar en sus contenidos las relaciones
existentes entre linajes, sus anhelos, deseos y miedos, sus ambiciones y
traiciones en estas coordenadas espacio – tiempo que se nos ofrecen y en la que
nos vemos envuelto a través de los diversos escribanos, también nos sentimos
llamados a la inventiva, pero ajenos a esta idea, intentamos ceñirnos a la
verdad. Sí la verdad, aunque algunos
puedan pensar ¿qué verdad? No quiero entrar en estas disputas ni ahora, ni
después, mi verdad se encierra en lo que se lee, en lo que se puede testificar
con un documento de la época, lo que se pude observar y cotejar en unos papeles
(algunos en pergamino), en los diversos archivos de nuestro país y localidades
y en los estudios de hombres y mujeres que silenciosos y ajenos a tanta efímera fama hicieron y hacen
que nuestra historia se escriba con mayúscula por su entrega y profesionalidad.
Nuestra leyenda empieza de esta
forma: .- Corrían los años en el que el
emperador Alfonso VII así llamado por los hombres y mujeres de aquel reino de
León y de Castilla se enfrentaba a los árabes cuando le sobrevino la muerte
bajo una triste encina del Muradal, en Sierra Morena. Dejaba a sus hijos Sancho
III y Fernando II que por rivalidades y ambiciones de esos tiempos se
repartirían los reinos de Castilla y León respectivamente.
Muerto el
rey de Castilla, Sancho III, dejaba un hijo de muy corta edad, huérfano de
padre y de su madre Doña Blanca de Navarra, solo y ante los deseos de poder
tanto de sus tíos como de las poderosas casas de Lara y Castro que mantenían
una auténtica guerra civil. Ante estos acontecimientos no habría de cumplir los
tres años de edad, cuando entró a reinar en Castilla en un día 31 de Agosto de
1158 que cayó en domingo, nuestro fundador Alfonso VIII estaba bajo la tutela
de aquellos que antes se había sublevado contra su abuelo, la casa de “Lara”, y
que lograrían rescatarle de la más pérfida traición, el intento de asesinato
por parte de los enemigos de Castilla, los leoneses. Su fiel vasallo D. Pedro
Núñez de Fuente Almegir, logró asir por la cintura al joven rey Alfonso y
envuelto bajo los pliegues de su capa y
a uña de caballo consiguió la libertad del rey, se esconde en Maqueda y logra
entrar de noche en la ciudad de Toledo que llena de enemigos del rey ante su
presencia desde la torre de San Román, huyen de ella.
Catorce años tenía el rey Alfonso VIII
y entrando en el decimoquinto de su edad tiempo señalado por el
testamento de su padre Sancho III el Deseado, comenzó D. Alfonso VIII el Noble, el Bueno, el de Cuenca, el de
Alarcos, el de las Navas a reinar en un largo y fructífero reinado, además de
ser el amigo de los israelitas como así
le llamaban los judíos y protector de sus aljamas (barrios), por ello,
sufrió la reprehensión del Papa
Celestino III.
Alfonso el Noble, se casaría con doña Leonor de Plantagenet, hija del rey
de Inglaterra, Don Enrique II Plantagenet y de Doña Leonor de Aquitania y se
vería envuelto en una vil y calumniosa relación que los enemigos del reino
tomaron como modelo de la fabulosa e injuriosa historia de doña Fermosa, joven
judía de la ciudad de Toledo conocida con el sobrenombre de Raquel con la verdadera y trágica historia de Rosamunda Clifford, quién encerrándose con
Enrique II de Inglaterra (suegro de nuestro rey Alfonso VIII), hechizándole o
haciéndole prisionero de sus encantos en el misterioso asilo de Woodstoch dejó
sus quehaceres como rey y deshonró a su esposa
Doña Leonor de Aquitania, quien
envenenó a la manceba y tramó contra su infiel consorte la conspiración
de sus propios hijos. Más vuelto en sí Enrique II, imploró arrepentido la
protección del cielo, y entrando a pie descalzo y con traje de penitente en la
catedral de Canterbury, lloró su culpa, prometiendo que no había mandado ni
previsto la muerte del santo arzobispo Tomás Becket, y abrazándose con la urna,
que contenía el milagroso cuerpo del mártir pidió perdón.
Amparados
en esta historia verdadera de sus suegros, Alfonso VIII rey de Castilla se vio
envuelto en una relación ignominiosa que traspasaría el tiempo de su existencia
y que llegaría a escribirse incluso por el rey Alfonso X el Sabido de la
siguiente manera: no bien hubo contraído
matrimonio con Doña Leonor, salió de Burgos y se vino en derechura a Toledo, “
é estando (en Toledo) pagóse mucho de una Judía, que avíe nombre Fermosa é
olvidó la mujer; é encerróse con ella gran tiempo en guisa que non se podíe
partir della por ninguna manera, nin se pagaba tanto de otra cosa ninguna; é
estuvo encerrado con ella poco menos de siete años, que non se membraba de sí,
nin de su reino, nin de otra cosa ninguna. Y por siete años, que con esta judía
de Toledo, vizco mala vida, diól Dios gran llaga é gran ajamiento en la batalla
de Alarcos, en que fue vencido é fuyó e fue mal andante él é todos los de su
reino; é los que y mayor andanza ovieron fueron aquellos que y murieron; é
demás matól (Dios) los hijos varones; é ovo el reyno el rey don Ferrando su
nieto, fijo de su fija; é porque el Rey se conoció después á Dios é se repintió
de tan mal pecado como este que avíe fecho, por el quel pecado fizo después el
monasterio de las Huelgas de monjas del Cistel é el Hospital, Dios diól después
buena andanza contra los Moros en la batalla de Úbeda”.
Indudablemente que si don Alfonso el Sabio hubiese sido testigo de los
hechos, bien hubiera hecho pedazos el escrito ( una de sus cantigas ) pues en
la época en la que se desarrolla la infamia 1170 – 1177 años que según la
misma, Don Alfonso VIII lo pasó encerrado con doña Fermosa no podría ser cierto
ya que hay documentos que así lo atestiguan, ni pudo olvidarse de su propia mujer, ni de sí mismo, ni del
reino ya que trofeos suyos fueron en este septenio la parte de la Alcarria a
costa de los moros; Molina y Albarracín, la Rioja o Navarra, la conquista de
Cuenca, también el escándalo que ocasionaría a toda la cristiandad sus
relaciones impuras, o las reclamaciones que haría su suegro, el poderoso y
temible rey de Inglaterra, o el pretexto que aprovecharían llevados por su
ambiciones los reyes de Navarra, León y Portugal o la falta que cometería de
honor, ante la amistad del rey de Aragón y del acecho que de continuo ponían a
sus fronteras, el terrible Miramamolín de los Almohades como para estar
encerrado y ajeno a los avatares de su reino, inmerso en una desenfrenada
pasión, que el insulso autor de ella, logró deslizar y transmitir a través de
trovadores y juglares hasta llegar a los escritos de los reyes Alfonso X y de
Sancho IV. El mentiroso cuento de la judía Fermosa pone el sello a la sandez y a la increíble historia por la cual y
debido a estos amores impuros y de deshonor para su reina, sufrió como castigo
divino, la terrible derrota de Alarcos en 1195 y el asesinato por parte de los
nobles celosos de la judía Fermosa por su influjo sobre el monarca. Éste
arrepentido, desolado, desilusionado y abatido por esa terrible derrota y de su
mala vida con la judía, para expiar su culpa, fundó el monasterio de Santa
Maria la Real de las Huelgas y su Hospital en la provincia de Burgos.
Pero la verdadera historia se ríe de tan semejante quimera, porque este
hospital y monasterio se fundó a instancia de su propia esposa la presunta
despechada Doña Leonor conforme lo atestigua el arzobispo Don Rodrigo antes que
sucediera el hecho histórico de la batalla de Alarcos.
Lo bien cierto es, que nuestro re-fundador amó y respetó a su esposa de
quien tuvo doce hijos, los hijos varones murieron jóvenes como don Fernando y
don Enrique I que casaría con la única
reina de Castilla que fue subida a los altares, Santa Mafalda, cuya fiesta se
celebra el dos de mayo, e hijas que casaron con hombres principales como
Berenguela de quien nacería don Fernando el Santo que uniría los reinos de León
y de Castilla para siempre, Doña Urraca con el rey de Portugal, Doña Blanca con
Luis VIII de Francia y Doña Leonor con D. Jaime de Aragón o doña Constanza que
prefirió ser monja y abadesa del real monasterio de Huelgas, así como sus
buenas relaciones con sus cuñados D. Ricardo Corazón de León y Don Juan.
Sin embargo la leyenda sobrepasó a los protagonistas e incluso inspiró a
nuestro Lope de Vega en su libro “Las
Paces de los Reyes y Judía de Toledo” o se escribió en forma de tragedia como
la que hizo Don Vicente García de la Huerta, estrenada el 22 de enero de 1772
en Orán, fue después puesta en las tablas en Barcelona en 1775 y en Madrid en
1778. Incluso en la actualidad la reedición y la aparición de otros tantos
libros sobre este hecho.
Nosotros sólo hemos querido hacer justicia a nuestro Rey, a nuestro re-fundador
al contar la historia con sus virtudes y con sus defectos y a sentirnos una vez
más enamorados de nuestra historia y de nuestras gentes.
Alfonso Párraga Sánchez
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